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| Ed.23 – abr 2021
Bombal: el precio del silencio
La autora de La amortajada tenía una obra breve, pero, indudablemente, poderosa. No había levantado un continente, claro está, sin embargo, era visible una “isla nueva.
Por Alexis Candia-Cáceres
Parecía una naufraga aferrada a una copa de vino blanco, pensó Lucía Guerra cuando la conoció. Ese día, Guerra había asistido a la entrega de un premio menor a María Luisa Bombal. Casi un acto de desgravamen porque, otra vez, no le habían entregado el Premio Nacional de Literatura. Algo se había apagado en los ojos de Bombal. Poco quedaba de la mujer que lucía, en la década del 30’, una chasquilla desafiante.
No es fácil establecer las razones que motivan el no reconocimiento institucional a María Luisa Bombal. La autora de La amortajada tenía una obra breve, pero, indudablemente, poderosa. No había levantado un continente, claro está, sin embargo, era visible una “isla nueva”. Sus obras habían vuelto a circular a nivel nacional en la década de 1970. Además, dispuso de una crítica literaria que, progresivamente, comenzó a revalorizar su producción literaria. Cedomil Goic, Hernán Vidal, Marjorie Agosín y la propia Lucía Guerra comenzaron a leer cada vez más y mejor su apuesta narrativa.
Bombal había vuelto a Chile a inicios de esa década, radicándose, primero en Viña del Mar y, hacia el final de sus días, en Santiago. Tampoco tenía ningún conflicto con la dictadura. Es más, en su larga estadía en Estados Unidos, Bombal desarrolló un marcado anticomunismo. Incluso, en esa época, fue humillada por la institucionalidad cuando, en 1978, el Premio Nacional de Literatura fue asignado a Rodolfo Oroz, quien, tal vez, tuvo algún mérito como filólogo, romanista o latinista, pero quien no escribió una sola página que pueda catalogarse como literatura en ninguna de sus manifestaciones.
¿Qué hay entonces detrás de la negación de Bombal? Tal vez fue demasiado lejos en Chile o para Chile. No pienso en términos estéticos sino, más bien, en términos (aparentemente) morales. El alcoholismo, un intento de suicidio y otro de asesinato suponen, imagino, demasiado para un régimen que deseaba que las mujeres fueran esposas y, sobre todo, madres silenciosas y humildes, serviciales y obedientes. No por nada respaldó Centros de Madres que, junto con impulsar la figura antes descrita, se convirtieron en instancias asistencialistas y vigilantes. Bombal transgrede las normas impuestas a su clase y, sobre todo, a su género.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con la calidad literaria de las novelas, cuentos y crónicas de Bombal? Nada, desde luego. Pero, la asignación del Premio Nacional de Literatura siempre ha tenido que ver con algo más que lo meramente estético. Para la dictadura, Bombal, especulo, tiene una imagen que no se ajusta a lo que el régimen, más allá de su postura política, desea destacar de la intelectualidad chilena y, en especial, de la femenina (jamás feminista).
El “naufragio” de Bombal está motivado, en mi perspectiva, por diversas razones.
Uno. Porque su familia se resquebraja tras la muerte de su esposo, Raphael de Saint-Phalle, en 1969 y, adicionalmente, por el alejamiento de su hija Brigitte, quien se queda en Estados Unidos tras el retorno de Bombal a Sudamérica.
Dos. Porque arrastra un bloqueo narrativo desde hace décadas. De hecho, el último texto escrito, finalizado y publicado por Bombal, la crónica “La maja y el ruiseñor”, data de la década de 1950 (ver nota 1). Al revisar las cartas y entrevistas de Bombal, es posible advertir que informa, de manera permanente, que se encuentra trabajando en algún nuevo proyecto, ya sea en la traducción al español de House of Mist o de la escritura de The Foreign Minister o de un texto en el que un hombre se enfrenta a dios. Nada de ello ve la luz pública. Tal vez María Luisa Bombal construyó fragmentos, trozos que, o bien quedaron en el “mítico” baúl que hoy está en poder de su sobrino y ex senador Carlos Bombal, o que se perdieron irremediablemente en otro tiempo y en otros espacios. Como sea, ninguno de esos proyectos fue finalizado.
Tres. Es necesario sumar su condición económica compleja. Bombal no tiene o no gestiona de manera adecuada las regalías de sus libros. Tampoco tiene, aparentemente, una pensión económica suficiente, ya sea por su propio trabajo o el de su marido. No por nada es común, al revisar su obra completa, encontrarse con cartas en que agradece la ayuda económica de una de sus sobrinas.
Cuatro. Bombal padece un alcoholismo que, literalmente, la llevará a la tumba. Esa adicción condiciona su comportamiento, su capacidad física y, al final, su capacidad intelectual.
Vuelvo atrás. Cuatro décadas antes. Bombal ya había perdido a Eulogio Sánchez. Hablo de 1932 o de 1933. Ella vuela a Buenos Aires por una invitación de Pablo Neruda. Allí, en la “ciudad de la furia” Bombal cae como un relámpago (en términos literarios). Bombal se rodea de la elite intelectual no solo argentina sino de habla hispana. A Neruda, se suman Borges, Federico García Lorca, Norah Lange, Oliverio Girondo, Victoria Ocampo, Amado Alonso, Ortega y Gasset, entre muchos otros.
Bombal ejecuta y culmina su proyecto literario en Buenos Aires. Allí, en la mesa de la cocina de Neruda, escribe La última niebla en tanto el poeta, en el mismo espacio, solo a unos metros de distancia, compone Residencia en la tierra. Fue un momento extraordinario: dos de los más grandes escritores chilenos, construyendo, en el mismo lugar, en ese nocturno porteño, dos textos que abren nuevas rutas en las letras escritas en español. Tal vez se miraban de reojo o se mostraban los avances o compartían una copa o un café en tanto sus manos creaban nuevos mundos en las páginas blancas.
Neruda parte a España. María Luisa Bombal se queda en Buenos Aires. Termina la novela y la publica en 1934. La última niebla tiene una buena recepción crítica y, por cierto, la convierte definitivamente en escritora.
Por ese tiempo, comienza a frecuentar a Borges. Los une el gusto por el cine, por las caminatas, por el tango. Borges conoce, aun antes de su escritura, a La amortajada. Son conocidos sus reparos al libro. Bombal, pese a las observaciones de su amigo, persiste en el proyecto. Y en 1938 aparece publicada su segunda novela en la Editorial Sur. Borges comprueba -y así lo reconoce- que sus observaciones han sido superadas.
La ultima niebla y La amortajada son novelas breves, que adoptan una perspectiva femenina para plasmar la complejidad y la riqueza de mundos íntimos, cerrados, burgueses del Cono Sur americano. Dan cuenta de la imposibilidad del amor (ideal) entre mujeres y hombres que viven vidas con objetivos completamente distintos: ellas desean será amadas y ellos aspiran a conquistas y empresas. Ambas novelas quiebran, como no, con el modo hegemónico de narración de la década de 1930, esto es, el Naturalismo, el Mundonovismo o el Criollismo. Imbuida en una estética vanguardista -cercana al Surrealismo- e impulsada por un virtuosismo técnico que llevó a Alone a expresar sobre La última niebla, pero que, a su vez, se puede extender hacia el resto de su obra, que su prosa es “preciosa”, Bombal dio forma a un proyecto único e innovador en las letras hispanoamericanas.
Precisamente, algo similar a lo descrito por Alone sentí cuando en el periodo bisagra que separa la enseñanza básica de la media, leí La última niebla y varios de sus relatos breves. No comprendía cómo podían sus textos alcanzar tal nivel de belleza, componiendo, parafraseando a Bombal, una tapicería conclusa, armónica y pulcra.
Cuando pienso en Bombal, me gusta imaginarla en Buenos Aires. Caminando por Recoleta o Corrientes. Tomando un café con Borges. Riendo con Norah Lange. Moviendo, nerviosamente, su lápiz por la página en blanco en tanto cae la noche. Imagino cómo traza un mundo femenino que, para ella, podía tener cabida en el sur de Chile o de Argentina, países que, en su mirada, componían un mismo espacio cultural. Imagino cómo fue capaz de forjar cercanía con dos de los principales escritores hispanoamericanos (Neruda y Borges), quienes, por cierto, estaban en las antípodas en términos políticos, estéticos e, incluso, vitales. Imagino cómo escribe contra el tiempo -sin saberlo- porque le restan tan solo un puñado de años para cerrar sus obras completas.
Sí, creo que Lucía Guerra acierta cuando afirma que Bombal terminó como una náufraga. Malograda por la condena social. Por las relaciones fallidas. Por la falta de reconocimiento. O, tal vez, porque sus páginas se expusieron tanto al poder del “relámpago”, tanto a la pureza literaria que, tras poco más de 300 páginas, no había más. Nada más.
Notas
1. Bombal edita y corrige esta crónica para el libro El niño que fue editado en 1976.
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