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Luz, más luz
“La minificción, creo ahora, es para quienes están dispuestos a jugar, como cuando se rompía el termómetro de vidrio y manipulabas el mercurio en tu mano, hasta que te pillaban y te retaban porque eso, sí, eso pequeño que rondaba tu palma y hacía una cosquilla sutil y entrampaba tu mirada, sí, eso, era tóxico. Es como arrojar una luz que se enfoca en el clímax de una historia, nos dijo. Poner luz, más luz”
Por Natalie Israyy
Hablar de la pandemia en pretérito ya se hizo común. Han pasado dos años y un poco más desde que estalló la enfermedad y la sensación temporal ante este evento aún me genera contradicciones y confusión. Siento que ha pasado mucho y a la vez poco. 2020 y 2021 fueron más o menos la misma cosa: una especie de loop infinito donde los días pasaban con descuido, una forma de paralización de las horas que de repente se convertían en noche. El día de la marmota, le pusieron algunos, recordando el film noventero donde sale un eterno Bill Murray.
Y es que después de la euforia del 2019, el 2020 fue una especie de ducha fría para quitarse la borrachera, un mareo después de pararse muy rápido de la cama, el desvanecimiento después de estar enferma de la guata.
Además, todo se volvió obligadamente virtual y aunque tenía sus contras (imagino la desesperación de madres, padres y tutores a cargo de niños y niñas, desesperados por no saber qué hacer con su energía y con sus frustraciones), también tuvo asuntos a favor.
Para gente inquieta como yo, las opciones de la virtualidad me vinieron como anillo al dedo. Tomé clases de danza online, practiqué pilates y otras actividades físicas, aprendí a usar aplicaciones para optimizar y dinamizar mis clases y pude asistir a talleres, seminarios y congresos a los que, en un formato presencial, no hubiese podido asistir. Porque claro, el streaming aún no era tendencia en todas las instituciones. Hoy es casi obligatorio pensar en los asistentes de carne y hueso del aquí y el ahora y contemplar, también, a aquellos que se vuelven un mosaico de pantallas negras con nombres e imágenes coloridas con la vida íntima retratada al fondo. Y si no, es posible encontrar estas transmisiones en vivo a través de redes sociales que omiten tu presencia, pero saben que estás ahí porque eres un número y una reacción simpaticona.
A través de Instagram llegué a varios live de escritores y escritoras, artistas, gente enseñando sus oficios, etc. Y cuando vi el “Taller de Minificción” con Paulina Bermúdez, ni lo dudé. En el pasado, más atrás de la pandemia, mi relación con los textos breves era cercana, pero no de tanta confianza. Había escrito un par de cosas breves, había leído a los clásicos mínimos del subgénero, había estado en instancias donde se hablaba del microcuento.
Por otra parte, conozco a Paulina desde el 2009, cuando la vi en un congreso de la Universidad de Playa Ancha (UPLA). Luego la casualidad nos juntó y nos hicimos cercanas en el Archipiélago de Juan Fernández, el verano del 2013. Ya desde esa época, la Pauli era un referente de las miniletras.
En la primera sesión, nos derribó mitos. Desde ahí en adelante seríamos castigadas (escribiendo más, un hermoso castigo) si usábamos los conceptos de microrrelato o microcuento, porque eso nos limitaba exclusivamente al género narrativo. Y no. La minificción es más que eso. Es un cruce con otros géneros, es una forma experimental de escribir, completamente transgénérica.
Los cruces son variados: se pueden dar entre minificción y género dramático, o minificción y género narrativo, o minificción y periodismo, minificción y textos instructivos, minificción y lo publicitario. Es decir, las posibilidades son miles, si no infinitas. La minificción, creo ahora, es para quienes están dispuestos a jugar, como cuando se rompía el termómetro de vidrio y manipulabas el mercurio en tu mano, hasta que te pillaban y te retaban porque eso, sí, eso pequeño que rondaba tu palma y hacía una cosquilla sutil y entrampaba tu mirada, sí, eso, era tóxico. Cómo no saberlo.
Es como arrojar una luz que se enfoca en el clímax de una historia, nos dijo. Poner luz, más luz.
Y así Paulina, gestora nacional de la minificción, difusora del arte de lo mínimo, maestra de la pequeñez y evangelista del texto breve; nos dijo que jugáramos, que nos permitiéramos reescribir, intertextualizar, figurar, exorcizar si era necesario. Llorar también, a veces. Revisamos algunos nombres destacados para hacernos ideas: Vicente Huidobro, Diego Muñoz Valenzuela, Pía Barros, Lily Elphik, Juan Armando Epple, Laura Elisa Vizcaíno y así, la lista sigue.
¿Y ella? ¿Qué escribe ella? Pues…
El dinosaurio: “Lo llamaban así porque era un obeso, con una dentadura feroz y olía a demonios. Aun así era el más cotizado entre las chicas de la clase de literatura microficcional”.
El taller duró casi un semestre, fueron alrededor de tres meses, si la memoria no me falla. Escribí varias cosas. Mis compañeras hacían escritos gloriosos con los mismos estímulos. Era entretenido llegar a la revisión y darle cabida a esos lugares donde pusimos luz, para vernos mejor.
Pienso en que este tema de la minificción no está alejado de nuestra realidad. Creo que, incluso, promovería buenos hábitos de lectura, escritura y estudio. Es cosa de pensar en el trabajo de más de 20 años del concurso “Santiago en 100 palabras”, el que además se ha hecho extensivo a otras comunas del país.
Pero las redes sociales también son espacios para la minificción: Twitter, Instagram, Facebook. A nadie le interesa un testamento completo. Sáquele pantallazo, subraye lo esencial y súbalo. Sea breve, por favor. Mire que los ritmos de vida y las procrastinaciones no tienen mucha paciencia.
Me volví adicta a Instagram. Al menos eso creo. Comencé a pasar gran parte del día en la red social posteando cosas que a un porcentaje menor de mis seguidores seguramente le importaron. Podríamos poner una luz enceguecedora sobre eso, o algo así le diría a mi terapeuta.
Para saber más de minificción, puedes buscar los siguientes títulos:
Bermúdez, Paulina. La espera. Limache: Una casa de cartón, 2021.
González Martínez, Henry (ed.). La minificción en el siglo XXI: aproximaciones teóricas. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2014.
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