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  |  Edición número 24

Insistir en De Rokha

“Busco esa libertad creadora de Satanás que formuló De Rokha. Quiero ser el ronquido de las bestias, tornarme domadora de la palabra para quebrar a la hegemonía tal como lo hizo “el amigo piedra” en su anarquía lírica, en la violencia del símbolo y en el signo hecho guijarro para lanzar contra el canon”

           Por Natalie Israyy

¿Por qué volver? ¿Por qué ese eterno retorno que nos pone a masticar nuestras propias colas? ¿Por qué la construcción de un lugar lleno de fantasmas al cual recurrir ocasionalmente? Miro mi biblioteca y pienso, un poco con desesperación, pero también con orgullo en qué momento me hice de todo eso y de qué manera podré liberarme o si lo haré algún día o si, sinceramente, querré hacerme cargo de dicho abandono. Pienso y repienso a ver si logro encontrar la razón de porqué revisitar lecturas y tenerlas ahí, a disposición, a mi merced.

Desempolvo y sitúo en un orden que solo yo entiendo, leo los nombres y algunos siguen siendo tan bellos. Otros, creo, se exceden de pretenciosos. Paso la mano y les sobo el lomo, escojo alguno para repasar frases destacadas con lápiz grafito, números de página encerrados o simplemente me desespero pensando que algo me había interesado y no lo supe señalar de forma oportuna, entonces me toca volver a leer, a saltitos, “dónde estaba, yo lo vi, dónde…”.

Me doy cuenta de que repasar los libros es como ir a ver a mis abuelos. La peregrinación entusiasta hacia lo ya conocido tiene algo de esa visita geriátrica que hago con sumo cuidado y, por qué no decirlo, con poca frecuencia. Mis abuelos no son tiernos. Gran parte de las lecturas que tengo en el mueble tampoco lo son. Y no es porque no los quiera ni porque no los admire, sino porque hay una cierta dimensión del dolor en la visita que no tiene nada que ver conmigo, pero me identifica y arrasa con mis inseguridades.

Entonces, en ese ejercicio de vuelta y vuelta, me encontré con un breviario de Editorial USACH – LOM de 2001. Pablo de Rokha en breve, selección y prólogo de Naín Nómez. Hago memoria sobre cómo y cuándo llegó ese breviario a mis manos. El 2001 no tenía idea de quién era Pablo de Rokha, tenía solo 10 años y mi atención estaba robada por el género policial de Ágatha Christie. El librito del “amigo piedra” lo obtuve el 2015, me lo regalaron.

Lo abro y me encuentro con mi nombre en una letra bastante nerviosa y además con una fecha. Tal vez del día en que lo recibí. A continuación, hallo subrayadas varias frases del prefacio de Nómez. Miro la primera oración marcada: “Es expulsado en 1911 por ateo”, asunto que me lleva directamente al porqué de esa idea destacada. Yo también he pasado por eso. Más adelante habrá más rayones, corchetes, flechas, números y nombres encerrados para conformar una especie de mapa sobre el plano del discurso de Nómez.

En la página 9 aparece el primer poema, “Genio y figura”, que está dedicado “A Winétt”. Luego reza “Yo soy como el fracaso total del mundo”, fragmento de verso encerrado con el mismo lápiz grafito de los datos anteriores, el que se va a juntar con otros que también destaqué: “y mi dolor chorrea de sangre la ciudad”; “el cuerpo se me cae sobre la tierra bruta”. 

Y quiero jugar, dar saltos, permitirme rodear a De Rokha leyendo solo lo que subrayé de los poemas seleccionados para el proyecto “Poesía en breve”: “Genio y figura”, “Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile (ensueño del infierno”, “Canto del Macho Anciano (fragmento)” y “Los borrachos dionisíacos”. El ejercicio me llevó a plantear muchas preguntas, entre ellas, por qué destaqué lo que destaqué, quién era yo en ese entonces, qué quería de la poesía de Pablo de Rokha, qué me convocaba y qué me sigue convocando para retornar a esos espacios de paganismo sagrado que construye en sus versos, por qué asiento con la cabeza al leer “escucho la muerte roncando por debajo del mundo / a la manera de las culebras, a la manera de las / escopetas apuntándonos a la cabeza, a la / manera / de Dios, que no existió nunca” (26) y me siento tan cómoda encontrando sus referencias a Dios y a los profetas.

La respuesta es simple y viene desde esa “expulsión” compartida, pues releo a Pablo de Rokha y entiendo las referencias bíblicas. Yo misma he visto y oído la palabra inspirada de profetas, sacerdotes, discípulos y apóstoles, yo también encontré la incoherencia atada a cada historia puesta ahí para decirnos que la esperanza existe mientras vemos que todo se desmorona alrededor nuestro. Yo encontré en su palabra una forma justa de desmoronar los símbolos del cristianismo con los que se me lavó el cerebro y el corazón por tantos (juveniles) años. Yo soy la figura desterrada del credo.

Descubrí en los versos de Pablo de Rokha la rabia contra la hegemonía porque la hegemonía también es cristiana, aun en su fragmentación variopinta. Revisito a Pablo de Rokha porque me permite resignificar todos los signos aprendidos en la niñez, incluso, la mirada castradora sobre mi cuerpo. Porque cuando expando la mirada hacia los otros versos del “Canto del Macho Anciano” entiendo que dicho canto no solo es una recapitulación de su vida dicha desde la vejez, con ese hablante lírico que leo con voz gruesa, pero gastada: el bramido rokhiano. No. Acuso, además, la persistencia de lo demoniaco que se incrusta en el título del poemario, en la criatura impura del macho cabrío apocalíptico. Y yo tuve un demonio alojado en mis pulsiones, las que se desbordaban de la crianza materna.

Cruzo la mirada hacia otro libro y me encuentro con “Satanás”, poema extenso que surge en el lado opuesto de la vida del autor: en la juventud de 1927 y que tengo en una versión cartonera independiente de Editorial GatoJurel. También me lo regalaron. A parecer es tónica recibir a De Rokha como ofrenda.

“Satanás”, qué oportuno. Reconozco la voz satánica, del ángel expulsado de los territorios divinos (sobra decir que el Dios de la Biblia es bastante territorial) y que, según el mito judeocristiano, deambula y gobierna este mundo. Dice Luzbel: “ahora soy quien define las madreselvas, también los/ edificios, las tonadas definitivas, y el gesto en agua inmóvil;/ lo mismo desembarcan del recuerdo aquellas enfermeras/ violetas; o ando buscando a Pablo de Rokha desde las/ alturas desprestigiadas, y, aunque me encuentro en sus obras de sueño, en las estampillas y en/ las sepulturas, soy lo errante, lo inencontrado, lo ausente,/ no el viajero, el viaje, ¡oh! ¡oh!, el viaje, la rueda andariega,/ extranjera, untada de países invulnerables” (13).

Ser el viaje, no el viajero, la errancia misma. La biblioteca está ahora detrás de mí, mientras escribo esto. Mientras releo frases subrayadas buscando algo, como sabueso bien entrenado, mientras pienso si alguna vez he sido viaje y no viajero. Me auto convenzo de que sí: la poesía me ha dado un poco ese vagabundaje.

Busco esa libertad creadora de Satanás que formuló De Rokha. Quiero ser el ronquido de las bestias, tornarme domadora de la palabra para quebrar a la hegemonía tal como lo hizo “el amigo piedra” en su anarquía lírica, en la violencia del símbolo y en el signo hecho guijarro para lanzar contra el canon. Por eso insisto, con porfía, en volver también, a Pablo de Rokha.

 

Bibliografía

De Rokha, Pablo. Satanás. Editorial GatoJurel. s/f.

Nómez, Naín. Pablo De Rokha en breve. Santiago de Chile: Editorial USACH, 2001.

 

 

 

 

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