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  |  Ed.23 – abr 2021

Chihuailaf: poesía trascendente

Elicura Chihuailaf habla de su infancia como nieto de Lonko, habitante de boques del sur y desde allí nos involucra en su poesía aferrada al kalfu (azul) aprendida desde el arte de conversar y escuchar a sus ancestros.

Por Natalie Israyy C.

Quienes hemos asistido desde octubre de 2019 a diferentes marchas masivas convocadas a lo largo de todo el territorio, constatamos el nacimiento de íconos que surgieron en las manifestaciones populares, como “la tía Pikachu”, “Pareman” y así una serie de personajes o elementos con los que se ha logrado dar identidad al movimiento. Otros objetos ya traían históricamente una carga semántica importante asociada a la protesta y el descontento: la capucha, las ollas y sus consecuentes cucharas de palo son ejemplos de ello.

Sin embargo, desde hace ya algunos años y mucho antes de la revuelta de octubre (al menos desde las marchas universitarias de 2011) habíamos visto masificarse en las calles el uso de la Wenufoye y también de la bandera azul con la Wüñelfe (estrella de ocho puntas), ambas pertenecientes al pueblo mapuche. La Wenufoye nace en la década de los noventa, ante la mirada reprobatoria del gobierno de Aylwin (ver nota 1). Fue en los noventa donde también comenzó a resonar el nombre de Elicura Chihuailaf, poeta mapuche que, anteriormente, en 1977 había autopublicado El invierno y su imagen y en 1988, de igual manera en la autogestión, En el país de la memoria.

Nacido en 1952 en Quechurewe en la comuna de Cunco, pleno Wallmapu, Elicura Chihuailaf habla de su infancia como nieto de Lonko, habitante de boques del sur y desde allí nos involucra en su poesía aferrada al kalfu (azul) aprendida desde el arte de conversar y escuchar a sus ancestros: “Sí, porque el espíritu mapuche –nuestra energía de vida– vino desde el Azul, mas no de cualquier azul, sino desde el Azul del oriente, desde donde se levantan la Luna y el Sol –decían mi abuelo, mi abuela y mis padres–.” (La vida es una nube azul 45).

Es así como la naturaleza impregna el canto de este oralitor, poeta y ensayista. Como asegura Ramón Díaz Eterovic en el prólogo a La vida es una nube azul (2019):

Elicura Chihuailaf es una voz poética profunda y reconocida que nos ha permitido acercarnos al sentir y las vivencias de los mapuche. Su escritura y su voz son los medios que él ha utilizado para hablar de la historia y las legítimas demandas de su pueblo. Su palabra tiene el ritmo de la vida que lo rodea desde su infancia y tiene la virtud de transmitir una sabiduría ancestral, vinculada a la tierra, a las tradiciones de su pueblo y a una existencia con trascendencia y sentido de futuro. (9)

Según Chihuailaf, en la niñez aprendió lo que era la poesía, en las grandezas y en los detalles de lo cotidiano. Y aunque estudió obstetricia nunca se dedicó a dicha profesión, más bien, ha puesto su empeño en ser oralitor, fusión de palabras asociadas a dos actividades estrechamente relacionadas en su creación: la oralidad y la literatura (ver nota 2). Porque para el poeta mapuche, la oralidad es fundamental en los pueblos originarios. A partir de lo hablado, de la conversación consigo mismo y con otros y otras, nace la Palabra Poética:

Sentado en las rodillas de mi abuela oí las primeras historias de árboles y piedras que dialogan entre sí con los animales y con la gente, nada más, me decía, hay que aprender a interpretar sus signos y a percibir sus sonidos, que suelen esconderse en el viento… (Chihuailaf, 21).

De dicha interpretación vendrá la aprehensión del mundo y su posterior revelación en la palabra, la poesía estará en “eso tan tremendo que es la brevedad de la vida” (en Viereck, 2018), lo que se verá reflejado en obras como De sueños azules y contrasueños de 1995, Sueños de luna azul en 2008 y una extensa bibliografía de otros poemarios y ensayos.

Y quizás lo mejor sea leerlo en vez de reseñarlo. En la entrega del Premio Nacional de Literatura en este anómalo año signado por la pandemia y el malestar social que nos ha mantenido en una serie de vaivenes emocionales y anímicos, escuchar el nombre de Elicura Chihuailaf y luego leer su escritura deviene en una especie de sosiego. Porque su poesía logra trascender el ánimo y evocar el sur que nos queda aún verde-coigüe, el que también nos duele cuando es intervenido por las forestales y las hidroeléctricas y todo su entramado de economía extractivista necropolítica, que en palabras de Chihuailaf serían los chilenos enajenados que dirigen el país.

Porque cuando en las marchas levantamos las banderas del pueblo ancestral que habitaba y habita este territorio hoy tan magullado, cuando ponemos en nuestros balcones, paredes o ventanas estos símbolos de lo originario, estamos asumiendo que, para nosotros, la gran masa chilena, hay una declaración de principios étnicos, ideológicos, económicos y políticos. Hay una deuda no solo histórica, sino también cultural con el pueblo mapuche.

Hemos caído en cuenta que la gente de la tierra siempre estuvo entre nosotros en la “hermosa morenidad” de las pieles (diría Chihuailaf). Hemos caído en cuenta que teníamos que conversar y escucharnos, ejercer el arte del nütram (conversación) porque el espíritu se toca con la palabra. Nuestros espíritus angustiados cayeron en cuenta de que necesitábamos más ternura, que lo afectivo también es político. Levantando las banderas de un pueblo hemos registrado la necesidad de devolverles el lugar que les pertenece, hemos evidenciado nuestra sed de justicia.

Por eso el 1 de septiembre de 2020, cuando se comunicó al ganador del Premio Nacional, se aplaudió el nombre de Elicura. Porque fue histórico el reconocimiento de un escritor proveniente de uno de los pueblos originarios fundamentales en nuestra construcción sociocultural, porque Chihuailaf se ha hecho cargo de difundir no solo en Chile sino también en otros lugares del mundo, la cosmogonía y el valor del pueblo mapuche.

Y con los últimos premios, el del 2018 adjudicado a Diamela Eltit y el de 2020 en manos de Elicura Chihuailaf, se abre el espacio para seguir otorgándole y a la vez comenzar a darle lugar a estos “nuevos cantos”, expandir el campo de las letras chilenas a la escritura de mujeres, de pueblos originarios y de disidencias, grupos con los que Chile está en deuda. 

Notas

1. En una columna de Fernando Pairican para Ciper se profundiza sobre el conflicto latente referido a la bandera mapuche. Se puede revisar en el siguiente link: https://www.ciperchile.cl/2019/11/04/la-bandera-mapuche-y-la-batalla-por-los-simbolos/

2. También en esta línea de fusión de conceptos, David Añiñir ha acuñado el término “mapurbe” para referirse a quienes validan su origen mapuche pero también reconocen su relación con la ciudad y el habitar en la misma. No causa extrañeza este fenómeno lingüístico, considerando la naturaleza del mapudungún, donde varios nombres resultan de composiciones de otras palabras, como en el caso del nombre de Elicura, que significa Piedra Transparente, mientras que Chihuailaf es el resultado de tres conceptos que se entienden como Neblina extendida sobre un lago.

Bibliografía

1. Chihuailaf, Elicura. La vida es una nube azul. Santiago: LOM, 2019.

2. Viereck, Roberto. Poéticas Mapuche(s). Santiago de Chile: Ediciones Askasis, 2018.

 

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